Camila Troncoso, Licenciada en Letras, Universidad Diego Portales, Maestra en
Desarrollo Humano, Universidad Iberoamericana de México. Actualmente es
Directora de Programas de Corporación CreArte.
El Cuerpo y la
Espiritualidad unificados a través del Arte, la Poesía y el Juego
Para empezar a conversar sobre una visión
holística del ser humano, el autor que ha sido más significativo para mi
experiencia ha sido Ken Wilber (2001). Desde la psicología integral, ha
integrado al estudio de la conciencia muchos modelos, entre los cuales
presentaré dos que sirven para situar el cuerpo y el espíritu desde una
perspectiva holística. De la Filosofía Perenne, Wilber abstrae un modelo que
llama “La Gran Cadena del Ser”. Esta jerarquía es una disposición holónica que
a la vez incluye y trasciende el nivel anterior. Cada nivel se diferencia entre
sí por su diferente grado de complejidad, totalidad y capacidad
integradora. En primera instancia existe
la dimensión material, que es el reino de lo físico. Luego está el cuerpo, que
sería la dimensión biológica del ser, que a la vez integra y trasciende a la
materia. Luego está la mente, donde se sitúa el fenómeno psíquico, que a la vez
integra y trasciende los niveles anteriores. Luego está el alma, que es el
campo de lo teológico, que a la vez integra y trasciende a los niveles anteriores.
Luego está la dimensión del espíritu, donde se encuentra la dimensión mística
del ser humano. Este nivel integra y al mismo tiempo trasciende a los
anteriores, lo cual significa que está compuesto por todos, pero al mismo
tiempo es más que la suma de todos ellos (30). A partir de este modelo, se
puede comprender la inseparabilidad del cuerpo y el espíritu, siendo parte de
un mismo holón u organismo dinámico y complejo viviente (es decir, para ser
espirituales, no podemos dejar de ser, primero, materia, cuerpo, mente y alma).
Pero al mismo tiempo, pone de relieve la aún misteriosa dicotomía entre cuerpo y espíritu, donde el espíritu
está compuesto y es el principio creativo de todas las totalidades anteriores
(materia, cuerpo, mente, alma), pero al mismo tiempo las trasciende (es más que
la suma de sus partes).
El segundo modelo es una versión más amplia
del primero, organizado en nueve niveles, aplicado a las dimensiones
específicamente humanas: el modelo del “Espectro de la Conciencia”. En el
primer nivel encontramos las estructuras físico- sensoriales, que son los
componentes materiales el cuerpo, más percepción y sensación. El segundo nivel
es en lo emocional-fantásmico, donde se encuentra la conciencia emocional,
sexual, instintos, libido, imágenes y las primeras formas mentales. El tercer
nivel sería la mente representacional, que corresponde al pensamiento pre
operacional, basado en símbolos. El cuarto nivel es la mente regla/rol, que
sería el pensamiento pre operacional concreto. El quinto nivel es el
reflexivo-formal, la primera estructura que puede pensar, y pensar sobre el
pensamiento. El sexto nivel es el
existencial, donde se encuentra la visión-lógico, inclusiva, integradora, donde
se lleva a cabo la unificación mente-cuerpo (centauro). El séptimo nivel es el
psíquico, donde pueden presentarse facultades paranormales, y es el inicio de
desarrollo transpersonal, espiritual o contemplativo. El octavo es el nivel
sutil, morada de formas luminosas y divinas, de arquetipos transpersonales
reales, donde está la mente intuitiva. Por último, está el nivel causal, fuente pura y no manifestada del resto de
los niveles inferiores. Es el Absoluto, Fundamento y Realidad de todos los
niveles (141-144).
A partir de este modelo como dijimos, están
integrados todos los niveles del ser, desde el cuerpo hasta el espíritu,
fundamento y realidad inmanente en todos los estadios o dimensiones del ser.
Pero la conciencia que el ser desarrolla
a través de su crecimiento va desde los niveles inferiores (materia-cuerpo)
hacia los superiores (alma-espíritu). Por lo cual es importante desarrollar
estos primeros niveles para poder luego trascenderlos e integrarlos en un nivel
más complejo de conciencia.
Para Lowen A. (1998), la persona experimenta
la realidad del mundo a través de su cuerpo, pues el ambiente externo
impresiona a la persona porque choca con su cuerpo y afecta sus sentidos (12).
Así mismo, una persona, al perder contacto con su cuerpo (por perder vitalidad
o por despersonalización con su cuerpo) pierde la noción de realidad, pues deja
de sentirla (13). El cuerpo entonces, vendría a ser el vehículo de comunicación
entre la realidad interna y subjetiva de la persona, el contacto con los otros
(lo intersubjetivo) y la realidad del mundo natural, el ambiente, lo objetivo
(A lo cual Wilber denomina los tres Yoes: el Yo, el Tú y el Ello). En esta
relación del yo-cuerpo con el mundo, Gallo. L (2010) explica que éste no se
reduce a un mero objeto de experiencia, ni tampoco a un mero sujeto que
experimente. El cuerpo entonces no sería ni objetivo (como se lo ha tratado en
occidente desde el mecanicismo) ni subjetivo (como podría ser una visión
subjetivista o romántica de la realidad). El cuerpo sería al mismo tiempo ambas
cosas, lo cual Gallo L. denomina como una relación quiasmática: hay una
implicación entre ambas dualidades que constituye una unidad, ya que para el
ser humano no es posible la una sin la otra (8). Esta integración puede quedar
ejemplificada con la siguiente afirmación del autor: “El cuerpo se abre al mundo
y es en esa relación como el mundo adquiere significación, el mundo graba
en-el-cuerpo y el sujeto encarnado transforma el mundo” (9).
A partir de esta visión unificadora entre el
cuerpo y la espiritualidad, es donde me hace
sentido aplicar al desarrollo humano, como facilitadora educativa de niños/as,
la conciencia y el desarrollo de la corporalidad integrada a la espiritualidad,
desde una perspectiva bio-psico-social-espiritual. La educación holística que propone Ana María González
Garza (2009) me parece un enfoque adecuado de trabajo pues prepara a los niños para enfrentar la vida desde la
unicidad de su ser y quehacer. Más que una educación centrada en la
información, la disciplina, la conducta y los procesos cognitivos, la educación
holística busca educar para la vida, facilitando el proceso evolutivo de la
conciencia; este proceso es definido por la autora como la capacidad de darse
cuenta del ser, estar y actuar en el mundo, así como de la realidad que le
rodea (177-178). La finalidad última de la educación holística es educar para
la vida, en y para la libertad, y hacia la trascendencia (178). Para ello, el
educador acompañará el aprendizaje desde el Enfoque Centrado en la Persona de
Rogers, relacionándose con el alumno desde el profundo respeto, la congruencia
(“Ser maestro es ser uno mismo”), la aceptación incondicional y la empatía,
facilitando un proceso de autoaprendizaje y autodescubrimiento.
Llevando a la práctica esta perspectiva a través de
un programa psico-educativo que realicé en México, con niños/as de 7 a 12 años,
fue que pude conocer y promover tres herramientas de intervención que fueron
fundamentales por su naturaleza integradora: el juego, la poesía y el arte. En
primera instancia, la necesidad y motivación expresada por los niños/as me
llevó a integrar el juego al inicio de cada taller, teniendo un aumento muy
significativo en el entusiasmo de los niños/as, en la integración grupal, en el
aumento de la confianza entre ellos/as y su concentración posterior para los
ejercicios artísticos. Claramente luego de esta experiencia integré el juego al
programa como herramienta de intervención, pero ahora ocupando la premisa de
que éste también los llevaría a desarrollar sus habilidades social y su
motivación. Pude vislumbrar lo positivo que era el juego para los niños, hasta
que un día escuché a uno de mis niños gritar con todo su corazón mientras
jugaba: “¡Soy libre, soy libre!”, dejándome atónita ante el poder mágico del
juego. Ahora, gracias a la lectura de Yasenia Pateti (2008) en “Educación y
Corporeidad” logro comprender mejor su poder.
En primera instancia, para la autora se hace muy
importante integrar en la escuela y en la educación un espacio recreativo,
puesto que la sociedad occidental genera una dicotomía entre el cuerpo y el intelecto,
siendo éste último quien recibe el valor y el desarrollo escolar. La
corporalidad, por otro lado, se deja para las áreas de la educación física, sin
encontrar lugar dentro del ser humano
integral, lo cual ayudaría a relacionar el cuerpo con sus otras dimensiones
humanas, y también lograr el adecuado desarrollo de las habilidades motoras
(18-20). Según la autora, el juego
espontáneo (en el recreo) es la única instancia donde la corporalidad puede
integrarse en la totalidad de la experiencia, para la creatividad, la fantasía
y el aprendizaje transverso e integral. Al mismo tiempo, el juego es una fuente
inagotable de relaciones y culturización, ayudando a la formación social del
niño. En el juego entonces la corporalidad puede ser vivida y sentida, experimentando
el niño/a, con frescura, la relación consigo mismo, con el otro y con el mundo.
Esta experiencia del cuerpo vivido como totalidad y cargado de un contenido
emocional, es lo que ayuda al niño a desarrollar las diferentes funciones
mentales, que solo pueden ser expresadas de forma unidual desde la corporalidad
(117). Esto me ayuda a comprender que el juego no sólo tiene importancia en la
dimensión social del niño, sino comprender cómo contribuye a su experiencia de
integración como persona, desde su dimensión corporal, psicológica, social e
incluso espiritual, desde el desarrollo de la libertad, la creatividad y una
relación sana con el mundo.
Al mismo tiempo, he integrado en mi experiencia como
facilitadora, el arte y la poesía, por considerarlo una herramienta de
exploración personal y existencial, así como de la creatividad, y el desarrollo
de la capacidad transformadora de la experiencia de los niños/as con su mundo.
No fue menor mi sorpresa y agrado encontrarme con el libro “Inteligencia Espiritual”
de los autores Marshall I. y Zohar D. (2002),
aclarándome cómo el arte y la poesía pueden ser también un camino hacia el
desarrollo espiritual.
Una
definición que estos autores dan a la Inteligencia Espiritual (IES) es a partir
de su capacidad de reformular y recontextualizar la experiencia, lo cual
hablaría de una capacidad transformadora de nuestra comprensión de la realidad
(78). Los autores hablan de seis caminos para desarrollar la conciencia
espiritual. Uno de ellos, el cuarto, es el camino de la transformación
personal, cuyo tipo de personalidad es la artística, su motivación la
creatividad, y su énfasis espiritual es la totalidad, la búsqueda, la
individuación (250). La tarea psicológica y espiritual de quienes toman este
camino es la integración personal y espiritual, debiendo explorar las alturas y
profundidades de nosotros mismos, teniendo que unir las partes fragmentadas
para convertirnos en una persona independiente e íntegra. Este camino, en su
forma más inteligente espiritualmente, lleva a encontrar nuestros aspectos
perdidos o fragmentados de nuestro ser más allá del ego y la cultura existente,
para encontrar allí “en el pozo infinito del centro” (251).
En
este sentido, he integrado el arte y la
poesía para educar no necesariamente en este camino, sino que para incentivar
la individuación, la búsqueda de la esencia del sí mismo más allá del ego y la
cultura, para empoderar a las personas desde la transformación de sí mismas
hacia una mayor libertad en su ser, actuar y estar en el mundo, construido
junto a otros. Particularmente la visión de Luis Weinstein (2006) integra la
espiritualidad con la práctica de la poesía y el arte en la vida cotidiana,
considerándolas como un medio y un proceso de exploración, autoconocimiento y
comprensión; como explicación y búsqueda de sentido de la experiencia subjetiva
del individuo en su existir en el mundo, hasta llegar algún día a su máxima
expresión: la belleza y el sentimiento del absoluto. El autor entiende el arte
y la poesía “como sinónimo de la situación humana, de nuestro lugar en el
cosmos como testigos del universo y su belleza, como co partícipes de la
creación. Lo emblemático, a ese respecto, es la frase de Novalis, ‹la poesía es
la salud trascendental…›” (Weinstein
2006)). Lo poético y artístico como mirada, una dimensión, una esencia
del mundo, de la vida, del ser humano, y
quizás del ser en sí. Y no
necesariamente tiene que existir a través de un objeto artístico, sino que lo
trasciende en la sonrisa de los niños, la profundidad de un diálogo, la
comunicación en el amor” (Weinstein 2006). Porque integra “momentos expresivos
del amor, la amistad, la comunicación profunda, la necesidad y la vivencia de
utopías, la capacidad de servir, de dar las visiones de la naturaleza, de
fantasías, de sueños, de acciones colectivas, de descubrimientos teóricos o
científicos” (Weinstein 2006). Desde esta concepción, Weinstein entrega ciertas
orientaciones y supuestos de cómo propiciar el “guiar poético”, utilizando como
base un modelo de comunicación humanista, donde el guía poético acompaña
democráticamente desde un yo a un tú. Así, desde un modelo Socrático, promueve
un proceso de aprendizaje que lejos de entregar verdades, entrega preguntas,
con el único objetivo de despertar el amor por las posibilidades creativas y
poéticas de cada ser humano, escuchando cómo la poesía discurre como respuesta
a estas preguntas, como transparencia del sentir; compartiendo el guía, su
propio proceso de estar en el mundo (Weinstein
2006). La posibilidad o elección de encontrar respuestas a los
cuestionamientos fundamentales sobre nuestro origen, destino, y sobre todo del
sentido de estar vivos y comprender las dimensiones de la vida y el universo,
es considerada por Juan Lafarga (2013) como la dimensión espiritual del ser
humano, a partir de ciertas creencias y convicciones. Para Lafarga, este
sistema de creencias que dan sentido a la vida de cada individuo, no vienen de
explicaciones racionales, sino de una capacidad de fe y de intuición. Muchas
veces y en primera instancia las creencias son aprendidas, y para realmente
hacerlas conscientes y elegirlas responsablemente necesitan evolucionar con la
ampliación de la consciencia y con la armonía en la satisfacción de nuestras
necesidades básicas (Lafarga 2013). Pues, no podemos separar en el ser humano,
como ya hemos visto, las dimensiones del ser humano, que van de lo biológico, a
lo psicológico, a lo social hasta lo trascendente. Para Lafarga, la experiencia
culminante de la espiritualidad desde el desarrollo humano, es “la creciente
armonía en la integración con uno mismo, con los demás y con el universo. Es un
estado de bienestar en que todo lo que sucede tiene sentido, una experiencia de
amor y alegría conscientes que no es interrumpida por los acontecimientos
adversos y que magnifica las experiencias de felicidad” (Lafarga 2013).
Para
terminar esta conversación, me surge desde lo personal una reflexión sobre la
unificación del “ser” y el “hacer”, donde me doy cuenta de que este camino que
busco y construyo es lo que también soy. El arte, la poesía y el juego, son
para mí las mayores expresiones de libertad, de búsqueda de uno mismo, de mayor
comprensión del universo, del absoluto, de los otros y de mi forma de
relacionarme con todo ello desde mi espiritualidad. Para mí, la felicidad es poder realizar mi
quehacer en sincronía con lo que soy, desde mis aprendizajes y experiencias,
hasta la educación holística que
promuevo en los niños/as en el camino hacia una
conciencia integradora. Creo que en el “ser” y “hacer” converge la
unificación de nuestro cuerpo y nuestra espiritualidad, pasando por todos los
estadios de nuestra conciencia y nuestras dimensiones bio-psico-sociales y
espirituales, que hemos revisado en este texto a partir de diferente
miradas-autores, diferentes herramientas, e inevitablemente desde mi propia
experiencia personal, que es la mirada de este ensayo.
Bibliografía
Gallo, L. (2010). Los discursos de
la educación física contemporánea. Bogotá: Kinesis.
González, Ana María (2009). Educación Holística. Barcelona:
Kairós.
Lafarga, J. (2013). Desarrollo Humano: el
crecimiento personal. México: Trillas.
Lowen,
A. (1998). La tradición del cuerpo. Análisis Bioenergético. Buenos Aires: Era
Naciente.
Marshall
I. y Zohar D. (2002). Inteligencia Espiritual. Barcelona: Mitos.
Pateti
Yasenia (2008). Educación y Corporeidad. Colombia: Editorial Kinesis.
Weinstein,
L. (2006). Hacia el Homo Sapiens. Santiago de Chile: Edición Universidad
Bolivariana.
Wilber,
Ken (2001). Antología. Selección: David González Raga. Barcelona: Kairós.
Desarrollo comunitario
y humanismo: un enfoque integrador
Autora: Camila Troncoso
Creo
que es un asunto de vital importancia comenzar a cuestionar los modelos
tradicionales de intervención social, basados en estructuras asistencialistas que,
buscando potencializar a grupos y comunidades, terminan generando una
dependencia por el tipo de ayuda que inconscientemente y con las mejores
intenciones se gesta. Pienso, desde mi experiencia personal, que el problema
radica en ciertas creencias y conceptos adquiridos desde nuestro antiguo
paradigma, tanto en lo educacional como en la fragmentación social generada a
partir de las diferencias entre clases sociales. De estos antiguos paradigmas
se desprenden valores, que a su vez construyen conductas que van aumentando
cada día la brecha entre las personas a partir de algunas dualidades creadas en
un ideario cultural: el rico y el pobre; el que ayuda y el que es ayudado; el
salvador y el necesitado; el que sabe (profesional) y el que no sabe (no profesional);
el capital y la mano de obra; el jefe y el empleado; lo público y lo privado.
Podría enumerar muchas más, pero estas dualidades ya demuestran la realidad que
me gustaría recalcar, y es que en todas ellas existe uno que pareciera más y
otro que pareciera menos, creando inevitablemente en el primero una figura de
poder y autoridad y en el segundo una figura de necesidad y subordinación. A partir de esta ideología, que aún está tan
arraigada a las personas (y no a nivel popular, sino también dentro de las
profesiones de ayuda) es la que muchas veces predomina a la hora de crear
intervenciones sociales, sobre todo al tratarse de contextos vulnerables. ¿De
qué forma? Simplemente actuando a partir de estas dualidades y conceptos
mencionados, que si no hacemos consciencia de cómo lo actuamos, seguirá
generando estructuras paternalistas. Estas las caracterizo a partir de cómo se
visualiza y concreta la “ayuda”. Primero tiene que haber un necesitado, alguien
que necesita ayuda porque tiene menos (ya sea dinero, condiciones básicas de
alimento, salud, educación, etc.). Pero en este concepto de ayuda tiene que
haber alguien que tenga y sepa más, quien depositará en el necesitado las
herramientas y conocimientos necesarios para su desarrollo, al igual que ocurre
en la educación tradicional. Y es que, como he mencionado anteriormente, es
parte de un ideario cultural en occidente, y para salir de ello, hay que tomar
consciencia a nivel individual y social, para realmente quebrar estas
estructuras que a la larga no son liberadoras ni promueven un verdadero
desarrollo, sino que funcionan como salvavidas que siempre dependerán de un
guardián o proveedor para su funcionamiento, continuando con la dualidad
“ayudador-ayudado”.
La
visión humanista de Carl Rogers, recopilada por Gómez del Campo (2011), analiza
estas estructuras de poder en la intervención comunitaria a partir de cómo son
previamente definidas, y dónde se concentra la responsabilidad, que es
generalmente en los profesionales del equipo de facilitadores. En modelos de intervención primaria, psico y
socio-educativos, generalmente los “expertos” dirigen y proponen ciertos
lineamientos y directivas, y quienes asisten obedecen y reciben, aceptando el
liderazgo formal de los primeros. El enfoque centrado en la persona propone una
organización y estructuras flexibles, donde los facilitadores no se preocupen
de llegar con una planificación previa de la experiencia que impartirán, sino
en definir la participación desde el poder compartido, entre su equipo
de facilitadores con los participantes. De esta forma la intervención iniciaría
con una invitación para crear y alcanzar objetivos comunes, de manera conjunta.
En este proceso, el poder y la responsabilidad busca otorgar igual oportunidad
a todos los miembros de una comunidad, devolviéndoles la responsabilidad de su
propio proceso de desarrollo y un aprendizaje en proceso en la satisfacción de
sus necesidades conjuntas. Si los facilitadores no caen en la tentación de
volver a su rol de poder, el grupo podrá evolucionar a formas de gobierno y
comunicación más autónomas e integradoras de todos los miembros de la
comunidad, no concentrando el poder en unos pocos. Desde este enfoque, se
devuelve el poder y el valor a la persona, integrando y equilibrando las
necesidades individuales con las sociales, favoreciendo el autoestima, la
responsabilidad, el respeto, la consciencia personal y comunitaria, la toma de
decisiones y el reconocimiento de nuestra capacidad individual para influir y
contribuir en procesos de cambio. El poder de la persona, también implica la
posibilidad de disentir y de ser diferente sin asumir un papel de víctima o
marginado. De esta forma un individuo y una comunidad en condiciones
vulnerables, adquiere consciencia y habilidades para solucionar de forma autónoma
y conjunta los problemas que puedan
presentarse dentro de su realidad, sin dependencia de una estructura de poder
que los asista y los proteja cuando el problema ya exista (Gómez del Campo,
2011). Podemos considerar la importancia e impacto de
este tipo de intervenciones dentro de contextos socio-culturalmente
vulnerables, a partir del paradigma de competencia recopilado por el mismo
autor, para la formación de individuos y sociedades más competentes. Según este
paradigma, se considera competencia la capacidad del individuo de desarrollar y
utilizar creativamente sus atributos adaptativos cognoscitivos, emocionales,
conductuales y sociales, frente a las adversidades de la vida y el contexto
socio-cultural. Para lograrlo, es necesario conceder a todas las personas el
derecho y oportunidad para desplegar al máximo estos recursos internos
(Masterpasqua 1989). Para ello se vuelve fundamental aplicar estos modelos de
intervención dentro de programas socio-educativos; considerando que el
incremento del poder personal y la capacidad de una persona para controlar y
dirigir su vida refuerza el bienestar de
la población global a la que pertenece, complementando los enfoques sistémicos
de prevención primaria basada en el cambio social (Cowen 1985), sobre todo en contextos
de minorías y sectores marginados (Rogers 1980; Clarke y Viney 1984).
Este
modelo, para Gómez del Campo (2011), busca promover dichas competencias basándose fundamentalmente en la motivación y
potencial fundamental de los individuos y sociedades hacia el crecimiento y la
salud, basado en un paradigma de personalidad saludable, construido por
diversos autores del humanismo tales como Maslow, Rogers, Coan, Jourard, entre
otros. Éste destaca la tendencia hacia la autorrealización, la salud, el desarrollo
y el crecimiento individual y comunitario, en las conductas sanas y relaciones
sanas. Resalta la confianza básica en la capacidad del ser humano para actuar
en forma constructiva y benéfica para sí y sus semejantes. Desde este enfoque,
el organismo tiende hacia el equilibrio y la salud, y cualquier
disfuncionalidad tiene que ver con una tensión entre un organismo y su entorno,
que puede usarse a favor de su crecimiento y tendencia actualizadora.
A
partir del mismo paradigma señalado por el autor, las intervenciones para el desarrollo comunitario buscan promover el desarrollo integral, considerando
la naturaleza holista del ser humano y la sociedad, el enfoque operando en la sociedad como un todo. Tal
como la teoría de sistemas, donde un sistema al ser parte de otro sistema y
estar compuesto por sistemas, se interrelacionan de manera que cualquier cambio
en un subsistema afecta al sistema mayor y viceversa. Cada sistema es un
ecosistema completo, pero abierto a las relaciones con los otros. De tal manera
cabe señalar que la psicología comunitaria es aplicable a cualquier nivel, y su
posible nivel de influencia desde niveles más micros (grupos, comunidades) a
niveles más macros de la sociedad (organización política, económica), a partir
de modelos nuevos de uso y distribución de poder, desde procesos no violentos
de cambio. Por eso la psicología comunitaria delineada por Gómez del Campo
(2011) promueve un proceso
concientizador y politizante. En la medida que la comunidad descubre sus
necesidades, evalúa sus recursos y se percata de su propio poder, crece el
desarrollo de la conciencia individual y social que se manifiesta en mayor
interés, participación y responsabilidad comunitaria, siendo una elección
voluntaria tomar una postura históricamente comprometida para transformarla.
Incluye la caída de mitos y conceptos que limiten el crecimiento personal y
grupal, y es central en la búsqueda y desarrollo de nuevos modelos y
estrategias de cambio.
Para
lograr la salud y el desarrollo desde este paradigma, tanto a nivel individual
como social, el autor Luis Weinstein, en su libro “Desarrollo personal y
educación comunitaria” (2011) propone la necesidad de trascender aparentes
dicotomías, arraigadas en el paradigma de la modernidad. Para ello hay que encontrar
puentes, entre lo reflexivo y lo intuitivo, la acción y la contemplación, el
trabajo y el juego, las relaciones significativas y los proyectos sociales, el
desarrollo personal y el compromiso con los cambios en los vínculos, en los
otros, en lo social y cultural. A nivel personal, esto implicaría la
integración del hemisferio cerebral derecho (analógico poético) con el
izquierdo (analítico racional). A nivel social, la asociación de la autogestión
con la perspectiva del cambio en la estructura de la sociedad. Y en cuanto a las tecnologías, el equilibrio entre
la sabiduría popular y el uso de medios que faciliten el aprendizaje de los
conocimientos científicos más actualizados. En cuanto a la perspectiva de desarrollo,
es necesario romper con la dicotomía entre lo micro y lo macro, lo privado y lo
público. La superación de éstas sería pensar globalmente y actuar locamente,
asociándolo a lo universal. Es luchar por la paz mundial y la armonía económica
cultural, y al mismo tiempo, practicar dichos valores en la vida cotidiana, en
los grupos cara a cara, generando vínculos profundos. Para Weinstein, dentro
del desarrollo a escala humana una perspectiva muy interesante y pertinente a
las problemáticas de nuestro siglo sería la revisión de los conceptos de pobreza
y riqueza. Ampliando la visión en el sentido de que hay proezas económicas,
pero también políticas, afectivas, estéticas y espirituales. Alguien puede ser rico en desarrollo humano y
pobre en recursos económicos. Tal como
una nación desarrollada en lo tecnológico y económico puede ser subdesarrollada
en el agrado de vivir, en la comunicación, en la participación ciudadana, en la
capacidad de vivir integralmente, de profundizar en lo
existencial
y espiritual. En este sentido el autor considera que hoy día es importante ir
más allá de la noción moderna de las necesidades básicas, asumiendo al ser
humano en su totalidad, es decir, incluyendo la problemática existencial, las
necesidades de creatividad, de trascendencia, de comunicación, de "completud",
de sentido, de relación entre la condición de ser finito y la nostalgia de
infinito. Finalmente y volviendo al principio, considerar como ideal
fundamental del desarrollo a escala humana, a la salud. Entendiendo la salud
como desarrollo colectivo, como actualización de las potencialidades humanas,
que no es necesariamente ausencia de
enfermedad,
sino lo humano, sea débil o fuerte, enfermo o sano. Pues la medida de la salud,
para Weinstein, es la creatividad social, la consciencia humanizadora, la
intervención armoniosa de los humanos en la realidad global, haciéndose a sí
mismos en un proceso inseparable de la transformación de sus circunstancias.
Desde
este mismo paradigma, se desprende una nueva ética del trabajo comunitario, que
disuelve y replantea las dicotomías del antiguo paradigma mencionadas al
principio, entre el rol que desempeña quién “ayuda” (quién supuestamente tiene,
sabe, dirige y es solidario) , y el rol que desempeña el que “es ayudado”
(quién supuestamente no tiene, no sabe, obedece y recibe). Aunque hemos
replanteado los conceptos de riqueza y pobreza (Weinstein 2011), aún hay que
asumir ciertos valores del paradigma moderno a partir de los cuales se
construye la cotidianidad y el desarrollo personal en la vida cotidiana, así
como los riesgos de esta época de progresiva deshumanización. Para Weinstein
(2006) el trabajo comunitario entra en
necesario conflicto con la avidez por el éxito, tan propio de nuestra época. Desde la perspectiva del
paradigma holístico, el paradigma
moderno puede ser considerado reduccionista en cuanto a la matriz de la ciencia
y su derivado, la técnica, el dominio de la objetividad, la prevalencia del
individuo. Valores que se traducen en la vida cotidiana desde la acción
eficiente, la operatividad y fundamentalmente la eficiencia. Para el autor, al
ser partes constitutivas del ser humano y de sus necesidades, siguen estando
presentes la ética, los valores, la mutualidad, la comunicación. Sin embargo,
lo más dominante es lo pragmático, el éxito, lo instrumental. Desde esa
perspectiva, en el trabajo comunitario se consideran los rendimientos, los
números de personas involucradas; incluso trabajo comunitario puede ser
simplemente sinónimo de actividades realizadas en poblaciones populares. De
esta forma se pierde lo substantivo, faltando la pregunta de cómo se dan los
vínculos entre las personas. El nuevo paradigma, holístico, llega a un
equilibrio entre las consideraciones a las entidades separadas y a las comunes
a todos. Desde esta perspectiva, el trabajo comunitario tiene el profundo
sentido de humanizar y de
actualizar
la proximidad, donde nos reconocemos existencialmente, nos identificamos
conjuntamente, somos con los otros. La ética del desarrollo comunitario, según
Weinstein (2006) es apropiación de una identidad potencial, de coincidencia
entre autonomía y participación, ser uno mismo, original y, al mismo tiempo,
asumirse como parte y miembro de la especie, componente de la vida, del
planeta, de la realidad. De esta forma se trasciende el individualismo y se rescata
el proceso de individuación, hacia relaciones de complementación, de no
apropiación, de superación del poder de subordinación. Esta ética del nuevo paradigma es un proceso
en íntima asociación con la democracia,
la del día a día en relación con los otros. Siendo ésta, en su sentido
original, el gobierno de todos para todos, es incompatible con el des-interés
por los otros y con el interés exclusivo en el mundo de los objetos, los
poderes y los placeres. Para el autor, el énfasis en la eficiencia, en el buen manejo de la
macroeconomía, es un aporte innegable, pero necesita la supeditación a la ética
de la valoración del ser humano, de todos los seres humanos, como fines y a la
participación como una ética de base y de fondo.
Porque,
de acuerdo a la condición humana desde la perspectiva holística, se es “parte”
del “todo”, donde cada ser humano integra la especie, la vida, la tierra, y
tiene derecho a entregar su creatividad a la satisfacción de las necesidades de
todos (Weinstein 2006). De esta forma, el trabajo comunitario no es simplemente
una opción de ayuda, sino una responsabilidad tanto individual como compartida,
dentro de un nuevo orden en la forma de relacionarnos con los otros, con
nosotros mismos y con el mundo, desde nuestra naturaleza holística. Por lo
cual, dicha responsabilidad hacia la contribución y construcción de nuestra
realidad, es parte fundamental de nuestra construcción como individuos, siendo
indisoluble nuestra acción para con nosotros mismos con la acción hacia los
otros y nuestra sociedad.
Bibliografía
-Gómez
del Campo, F. (2011). Visión Humanista de
la intervención comunitaria, el enfoque centrado en la persona. Comunidad y
salud mental, un modelo para la intervención comunitaria. “Psicología de la
Comunidad”. Ciudad de México: Plaza y Valdes Editores.
-
Weinstein, L. (2006). Una mirada a la
relación entre ética y trabajo comunitario: una conversación abierta.
“Hacia el Homo Sapiens”. Santiago de Chile: Edición Universidad Bolivariana.
armonía
con la naturaleza, el desarrollo sustentable, la apertura a la trascendencia, a
un sentido integrador.
Esas
diversas transformaciones en la orientación humana presuponen un cambio del ser
humano, el paso del homo habilis al homo sapiens.
Podemos
hacernos una visión de conjunto sobre los rasgos que darían esa identidad de
sapiens. Desde luego, no se trata de hacer salir al sapiens de la cabeza de
unos elegidos. Emergerá del habilis. Más todavía, debe conservar su naturaleza
habilis... incorporando la “sapiencia”. Habilis en la realización de los
proyectos individuales sociales y planetarios. Sabiduría en la formación, en el
seguimiento, en la evaluación de las acciones.
Sabiduría,
cam -Weinstein, L. (2011) Racionalidad
integradora y unidad. Las pobrezas, las necesidades y la salud. “Desarrollo
personal y educación comunitaria”. Santiago de Chile: Editorial Tralcamahuida.
Educación para la vida:
practicar y promover el desarrollo integral
Autora: Camila Troncoso
Mi
interés por la educación holística, que iré definiendo durante este ensayo, es
parte de una gran búsqueda personal y profesional, aunque hoy logro entender
que primero fue y es personal. Al encontrarme hoy con la educación para a vida,
con el desarrollo humano (que para mí es lo mismo) logro unir lo que soy como
persona, que he creado de mí misma, con las experiencias más significativas de
mi infancia y adolescencia, que me ayudaron a ser una persona resiliente,
creativa y gestora de mi propio camino individual y comunitario. Estas
experiencias se las debo a mi abuelo, sin duda la figura más importante de mi
formación como persona, considerando todas mis dimensiones, desde una
perspectiva integral y sobre todo existencial y espiritual. Fue y a pesar de su
muerte sigue siendo, un gran guía y maestro, tarea realizada por él con todo
amor, empatía y respeto, con todo interés y sentido del humor, no solo conmigo,
sino con mi hermana mayor y mis tres primos maternos. Por circunstancias de la
vida, me tocó desde muy pequeña junto a ellos pasar mucho tiempo en el campo
con mi abuelo y mi abuela, desconectados de la civilización, en medio de la
naturaleza virgen, viviendo en una cabaña que mi abuelo había construido. El
campo era y sigue siendo de una belleza y energía maravillosa, y mi abuelo,
durante los meses que pasábamos, se dedicaba a llevarnos de excursión, a
hacernos concursos de arte, literatura, promovía el canto y el teatro entre
nosotros, hasta ejercicios de telepatía, siempre ligando nuestras actividades a
aprendizajes mayores que pudiesen servirnos para la vida. Los himnos que creó
para nuestro grupo de excursionistas, hablaban sobre el caminar en la vida:
sobre cómo vivir la vida con altura de miras, buscando ideal, caminando con
alegría paso a paso, buscando amistad, y sobreponiéndonos de las caídas para
seguir adelante. Detrás de cada actividad había una metáfora o un símbolo: el
ir cantando en las caminatas era la fuerza y la alegría que trascendía el
cansancio; el compartir entre los siete un pedacito de chocolate era un
espíritu de fraternidad entre los seres humanos; hasta las tazas (llamadas “choqueros” como nuestro club,
hechas de tarros vacíos de café con alambre) y las comidas de nuestras
excursiones (cereal, pan y enlatados) demostraban lo poco que necesitábamos
para ser felices. Todo eso sin contar las charlas extras sobre “el
cuerpo astral y el cuerpo físico” del que tanto nos burlábamos, de sus
enseñanzas de ajedrez, o sus inmensas ganas de compartir con su familia y
amigos sobre el nuevo libro o conocimiento adquirido, que siempre lo
fascinaban. Sin duda, mi abuelo es un ejemplo de entrega y sencillez que rara
vez he vuelto a encontrar; recuerdo que compartía siempre todo lo que tenía,
hasta su ropa, su campo (que estaba abierto a toda la comunidad), habiendo
podido vivir una vida muchísimo más holgada, vivía con lo justo y necesario,
pues no necesitaba nada más para ser feliz. Fue un hombre tan conectado al
misterio universal y al mismo tiempo con los pies tan puestos en la tierra, un
gran amigo, padre, abuelo y esposo. Pero sobre todo un educador innato sólo por
ser él mismo, por su preocupación verdadera y profunda de promover el
autoconocimiento en los que lo rodeaban, despertar la curiosidad por la vida,
promover la búsqueda personal siempre ligada al compartir comunitario. Siempre
he tenido claro que mi abuelo es la persona que más me ha marcado en la vida,
al ser la persona luminosa que fue, al entregarme tanto amor y al ser el primer
gran promotor de mi desarrollo, que ayudó a despertar mi consciencia. Fruto del
inmenso agradecimiento y amor que tengo gracias a estas experiencias con mi
abuelo, que me llevan a tener una fuente inagotable que entrega por todo lo que
he recibido, he llegado a redescubrir y reencontrarme con este hermoso
desarrollo humano desde la educación para la vida. Porque, finalmente, todo eso
vivido me dio un sentido profundo en la vida e inició la búsqueda de mi persona
y de mi hacer en el mundo en armonía conmigo misma, con los demás, con mi
planeta y mi espiritualidad.
¿Qué
es eso sino educación humanista y holística? Comenzando con la premisa rogeriana de que el “aprendizaje
significativo” es lo verdaderamente educativo, más allá de la información y el
resultado académico. Al hablar de aprendizaje significativo, lo primero para
Rogers es que el individuo esté en contacto con un problema real de su
desarrollo o que lo perciba como algo que lo ayudará a solucionar un problema
de su vida real. También es fundamental la autenticidad del docente, que sea
coherente percibiendo cuáles son sus actitudes y sentimientos aceptándolos, así
como la comprensión y la aceptación, del educando tal como es con sus
sentimientos. Para promover el crecimiento, es de los educandos de donde el
educador saca los recursos, creando metodologías que faciliten la mejor
relación humana entre los participantes y hacia el propio cuestionamiento de su
experiencia significativa. Por último estaría la motivación básica, que sería
crear un clima favorable para que los alumnos descubran su propio potencial de
desarrollo, la cual sería la finalidad de esta educación hacia el aprendizaje
significativo y útil para su vida (Rogers, 1992). Complementaria y siguiendo la
visión del Enfoque Centrado en la Persona, Ana María González Garza (1991) se
refiere a este aprendizaje como un apropiarse del aprendizaje por el significado
que le da, y por ello puede utilizarlo en su vida cotidiana. Este aprendizaje
siempre implica un contenido afectivo ya que sirve para el desarrollo integral
de la persona. Incluye a la persona con sus sentimientos, pensamientos y
haciendo que broten naturalmente la búsqueda y la curiosidad; el descubrimiento
y la comprensión, efectuando un cambio
en la percepción de la persona. Por lo tanto, el aprendizaje significativo
conlleva un cambio de actitudes, conductas y hasta de personalidad si la
persona hace parte de sí misma lo que aprende. Finalmente, desde la visión del
Desarrollo Humano de su fundador Juan Lafarga (2013), el objetivo fundamental
de la educación sería “el aprendizaje máximo de cada estudiante en función de
su desarrollo integral, como persona humana distinta de todas las demás, como
profesional en el área de su especialidad y como miembro constructivo de una sociedad de la cual se beneficia y a la
cual sirve con el ejercicio responsable de su libertad”. Aunque estos autores
aún se refirieron al aprendizaje significativo en un contexto escolar y
universitario, fácilmente podemos aplicar estos principios a una formación del
individuo para enfrentar la vida, pues finalmente educar es un acto que todos
realizamos cotidianamente, impactando en nuestras relaciones a quienes nos
rodean con lo que hacemos y lo que somos. A partir de esta premisa, Ana María
González Garza, mencionada anteriormente, desarrolla lo que hoy se conoce como
“Educación Holística” (2009). Basada en la educación centrada en la persona,
esta propuesta trasciende el aula escolar para retomar la educación en su
sentido más amplio: como el instrumento más utilizado por la sociedad para
promover el cambio y el desarrollo. La orientación educativa holística, siendo
multidimensional y transdisciplinaria, busca responder a las problemáticas de
nuestros tiempos, promoviendo el desarrollo integral que abarca todo el
espectro de la consciencia, desde y hacia la libertad y la trascendencia.
Considerando la vida humana como un proceso de permanente realización y
concientización,
su
misión es promover y facilitar el proceso evolutivo de la consciencia,
considerada ésta como la capacidad de darse cuenta del ser, estar y actuar en
el mundo, así como de la realidad circundante.
A l mismo tiempo busca promover el encuentro con la naturaleza esencial
del yo, el tú, el nosotros, los otros, el mundo y el universo, así como la
experiencia de la totalidad y el orden
interno que dependen del desarrollo de la dimensión espiritual propia del ser
humano.
Esto
implica reconocer y aceptar la condición cósmica y planetaria de la humanidad,
así como su individualidad bio-psico-socio-cultural-histórico-espiritual, como
una unidad compleja e indivisible. También implica promover la conciencia
comunitaria (común-unidad) que reconoce y celebra la diversidad como necesaria
para el aprendizaje, así como la conciencia social, que va más allá de nosotros
para incluir a los otros, comprometiéndonos con la justicia social, los
derechos humanos, la democracia, la paz y la ecología. Por último, implica
favorecer el desarrollo de la dimensión espiritual-trascendente de la
consciencia, donde se integran y trascienden la dimensión biológica,
psicológica y social de nuestra naturaleza, poniendo la vida al centro de
nuestra existencia.
Hoy
en día, la educación holística no es considerada solo una opción, sino que la
UNESCO ha establecido muchos de sus valores como necesarios para las
problemáticas de nuestra época, y por lo tanto para la educación de nuestro
presente y fututo. El informe escrito por Jaques de Lors “La Educación encierra
un Tesoro” (1996), concibiendo a la educación como un todo, coincide con la
perspectiva de González (2009), Rogers (1992) y Lafarga (2013), sobre algunos
pilares de la educación del siglo XXI,
que serían la inspiración y orientación de una reforma educativa. El
primero es aprender a conocer, es decir, adquirir instrumentos para la
comprensión del mundo que nos rodea. El segundo, aprender a hacer, para poder
influir sobre el propio entorno. El tercero, aprender a vivir juntos, descubrir
al otro y tender hacia objetivos comunes, para participar y cooperar con los
demás en todas las actividades humanas. Y por último, aprender a ser, enseñar
el desarrollo global de cada persona
considerando: cuerpo y mente, inteligencia, sensibilidad, sentido estético,
responsabilidad individual, espiritualidad, pensamiento autónomo, crítico y la
elaboración de un juicio propio para que el individuo determine por sí mismo
qué debe hacer en las diferentes
circunstancias de la vida. Por otro lado, el informe elaborado por Edgar Morin
“Los Siete Saberes necesarios
para la Educación del Futuro” (1999) coincide con esta perspectiva de la
educación humanista y holística al considerar necesarios los siguientes aprendizajes:
conocer nuestra forma de conocer, como la única forma de no caer en la ceguera
del conocimiento y poder acceder a la verdad, que no es absoluta sino única de
cada experiencia. Promover un conocimiento
pertinente, desde la actualidad y las problemáticas de la época, desde
la propia experiencia, desde el contexto más cercano al más global. Enseñar la
condición humana como seres en devenir, integrando la conciencia existencial
(identidad personal) y la conciencia de nuestra humanidad (identidad común).
Identificar a la Tierra como patria
primera y común, promoviendo una consciencia antropológica, ecológica, cívica y
espiritual. Enfrentar la incertidumbre, aceptando la relación de la destrucción
con la creación, como un enfoque dirigido hacia lo nuevo, lo inacabado y a la
evolución. Enseñar la comprensión, a nivel
individual y global, la empatía, la
comunicación y la tolerancia a la
diferencia, combatiendo el egocentrismo de nuestra época. Por último, la ética del ser humano, que sería comprender
la relación indisoluble de nuestro sistema complejo individuo-sociedad-especie,
en todas las dimensiones de nuestra humanidad.
Desde
esta perspectiva del Desarrollo Humano he elegido continuar el camino de
desarrollo de mi consciencia, compartiendo con mi comunidad estos valores para
la vida, desde los problemas actuales de nuestras sociedades y nuestro planeta.
Creo que promoviendo el cambio social desde el cambio individual, que
trascienda el materialismo e individualismo de nuestra época hacia el encuentro
humanitario diverso y común, podremos reconciliarnos con nuestra naturaleza
esencial y encontrar la salud, tanto como individuos como especie.
Bibliografía
De
Lors, J. (1996) La Educación Encierra un Tesoro. Paris, Francia: UNESCO
González,
A. M. (1991). La educación centrada en la persona. En A. M. González, El
Enfoque centrado en la persona: aplicaciones a la educación. (págs. 9-14).
México: Trillas.
González,
A.M. (2009) Educación Holística: la pedagogía del siglo XXI. España: Kairós.
Lafarga,
J. (2013) Una Educación revolucionaria. En J. Lafarga, Desarrollo Humano: el
crecimiento personal. México: Trillas.
Morin,
E. (1999). Los siete saberes necesarios para la educación del futuro. Paris,
Francia: UNESCO.
Rogers,
C. (1992). El aprendizaje significativo en la psicoterapia y en la educación.
En C. Rogers, El proceso de convertirse en personal (págs. 246-260). México:
Paidós.
No hay comentarios:
Publicar un comentario