Hijo del viento, Relato. Malvina Álvarez Ramirez


Asistente social, luchadora incansable de los derechos laborales, la educación y el bienestar de los trabajadores. Escribe cuentos, ama la poesía, intentando algunas veces ingresar a este género poético.
En esta ocasión cita en su leyenda metafórica “El Hijo del Viento”, sucesos discriminatorios de nuestra obsesionada sociedad que sin juicios previos condena hostilmente a grupos étnicos, sociales, sexuales… representado en este cuento por un bosque de álamos, que miran despreciativamente al frágil retoño de su especie que no posee la legitimidad de su origen acreditado con semilla seleccionada. Conmueve el dolor de la madre por esta humillación, a la vez, da fuerza a su hijo admirando, con orgullo, su resplandeciente desarrollo. La fuerza de la maternidad destroza el prejuicio de haber concebido un hijo fruto de un amor inesperado, el valor de una nueva vida puede romper barreras.
Acá la prosa y la poesía se enredan en una naturaleza fresca, acogedora, boscosa.

Ilustración: Leonor Pérez

Hijo del viento
2012
                                                     
El bosque de eucaliptus, triste,  nebuloso, de hojas perfiladas, rodeaba un prado afable de hierbas verdes, juguetonas, el pálido rayo de la luna naciente, despertaba el trovar de las luciérnagas. Los paseantes elegían este rinconcito de paz relajándose del ajetreo diario de sus jornadas de trabajo.
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El sol se iba empañando, el conejo levantó su oreja, las cucarachas en remolino corrieron hacia sus agujeros, las flores languidecían, los eucaliptus se columpiaban, el viento con violencia rompía  la rítmica melodía de la naturaleza.
-¡Ay-ay-ay! - graznó el cuervo azul envuelto en un chubasco
- ¡La Pacha Mama! - se está rasgando, se arrastra entre los pedruscos
- ¡Miren! - su fisura es cada vez mayor, sus contracciones progresivas zarandean los árboles, el silencio nos invade.
Súbitamente los pastos  se iluminaron, el sosiego  se interrumpió con el bramido brioso  de la Mapu que concluyó  en una carcajada. Del fondo de la tierra emergía un brotecito luchando por llegar a la superficie. En un último esfuerzo ella se enderezó auxiliando al débil tallito aún húmedo, cubierto de borroncitos blancos  .Una vez más, EL, cautivaba con el misterio de la vida.
                                   
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El renuevo se alimentó de la salvia de su madre, captaba los rayos de sol, el rocío humedecía sus ramas, la brisa pulía sus hojas. Ella engreída contemplaba el progreso de su capullo. Era un álamo que se embellecía ajustando sus hojitas verdes.
-Hijo-le dijo su madre, estás engalonándote. Tu tronco ha sido tallado por un escultor; serás la envidia de la arboleda. ¡Eres hermoso!
-Cuidadoso,- preguntó- ¿por qué  soy tan diferente a mis hermanos de la foresta? ¿Quién fue mi padre?- Ella respondió, tú no eres hermano de los otros que nacieron de semilla certificada. Tú eres del fruto de mi amor con el viento, por eso te llamo “Hijo del Viento”.
                                   
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El sombrío bosque de eucaliptus arrastraba sus opacas ramas, sin lograr la gallardía del “Hijo del Viento”. Alto. Alto soñaba con las estrellas, conversaba con el aire, su sombra dibujaba imágenes. Ambicionaba    elevarse como un pájaro hasta llegar al infinito.
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-Amor querido - pronunció su mapu -  me estremeces, no sigas fantaseando, te formé  en mi vientre, un día volverás a tu madre tierra; si te vas antes, una lágrima humedecerá mis ojos.
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Las ramas del álamo se enredaban con la luna facilitando a los amantes sus caricias  al crepúsculo; las golondrinas juntaban sus pajitas para crear sus nidos; los caminantes descansaban bajo sus sombras; los niños traveseaban con sus ramas, para los acuarelistas era la  inspiración de los paisajes chilenos. Los coquis, conejos, lagartijas, retozaban entre los lirios, amapolas, margaritas; los rojos algarrobos rodeaban el prado.
                                   
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Al empinarse el amanecer, cayó una espesa neblina; los  cañaverales danzaban como brujas, entre los rayos y relámpagos: las aguas del riachuelo, trazando un zigzag, ennegrecieron, los cuervos se ocultaron. Entre los matorrales se distinguía la figura de un hombre armado de un hachón que reptaba sigilosamente por el pasto. El álamo lo seducía. Su alma tenía manchas negras; sus ojos se transfiguraban en moneditas de oro. Se aproximó abatiéndolo en un excitante combate. Fue un golpe seco. Sus hojas miraron al cielo; de agua corrió entre sus astillas. Su Mapu lo sostuvo, clamó una bendición al cielo y abriendo sus brazos lo recibió con un profundo ronco llanto.      

Malvina Álvarez Ramírez
Enero 5 de 2014

Santiago Las Condes.

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