Ladran, Woody, señal que caminas. Carlos Crosa

             
Quien esto suscribe habitó desde antes de ser traído al mundo en los sueños de quienes así lo hicieran, imponiéndosele que llevara por nombre y apellido Carlos Crosa.
Así cumplido fue por un tiempo de mensura inestimable, luego del cual, dicho nombre y apellido empezó a llevarlo a él, cifrando a un Fulano que, por vivir como propio el dolor ajeno es galeno y que, bailando tangos o tentando la escritura, amortiza la esperanza con cuotas de ilusión.
Ilustración: Leonor Pérez


LADRAN, WOODY, SEÑAL QUE CAMINAS

Blue Jazmine, criatura del último film de Woody Allen, es la metáfora de una expulsión del paraíso y el derrotero de un alma en pos de un purgatorio que la restituya.
Adicta al glamour, Jazmine soslaya los delitos financieros e infidelidades del marido. En la ruina y sola, rota esa burbuja, vivirá de favor con una hermana menesterosa que, por no hallar tampoco hombres dignos, soporta a un individuo mediocre y tosco.
Estrenada Blue Jazmin, la crítica evocó en justo homenaje la puesta en los cuarenta de Un tranvía llamado deseo, de Tennesse Williams, cuya criatura, Blanche, en drama similar, acaba en lo de una hermana pobre y su concubino alcóholico y violador.
Sobre esto, dos críticos pretendieron saber más del nido que el pajarito cantor.
Uno sugirió subilinamente que Allen copió a Williams. Otro afirmó sin tapujos que todo lo copia. ¿También Dios?, me pregunto; pues, detalles más detalles menos, me he cruzado con criaturas del señor en similares contigencias que los personajes de Woody.
Éste agregó que Allen debía mencionar por gratitud a quienes copia, rotulando, así injustamente, de plagio, lo que sería una magnífica intertextualidad que, en sí misma, es legítima creación artística y nunca obliga al autor a dar cuenta del creador en que se inspirase, pues ella, de por sí, desperdiga datos para que el receptor los identifique.
En síntesis, ambos escribieron más sobre Tennesse Williams, Shakespeare, etc., que del film de Allen, mezquinando así resaltar cómo nos hace reconocernos él en sus criaturas, al par que ignorando su mirada del fascinante e inasible mundo de la mujer.
Novelista, crítico o guionista, un escriba se debe a lo que señalara, en su ensayo “Responsabilidad del escritor”, Arthur García Nuñez (Wimpi): “Desentrañar imágenes de donde no se las advertía. El escritor que no consigue eso, es un parásito”.
*Escritor nuevejuliense


GOLPE DE CALOR

Algo para decir, me rondaba. ¿Un poema?, ¿una prosa?
En el rastreo de dichas pasadas y certidumbres que ya no eran pero me habían sostenido, rescaté aquel golpe de calor que primereó a la calle asfaltada de un centro comercial del conurbano.
Calor inmisericorde del verano, potenciado por el asfalto, autos y colectivos entre peatones quejosos buscando en los fetiches de las vidrieras, una nueva forma de parecer, para seguir dejando de ser. Como si algo faltara para la desazón, soplaba caliente, una ventisca.
Recuerdo que, en algún punto, necesité detenerme y contemplar ese poco alentador paisaje urbano que se movía con la fuerza de un toro de lidia aguijoneado por las picas y banderillas de un verano que estrenaba su impiedad. Detenerme, contemplar ese paisaje y contemplarme. En mi sudor. En la usuraria vejez que la humedad pretendía imponerme. En la sensación de calma que experimenté. Sin razón. ¿O sí?
El amor no me estaba visitando. Pero yo no lo sentía como un abandono, más bien, prudencia, ante el barajar y dar de nuevo.
En cuanto a la sin razón adecuada del trabajo, le seguía haciendo tabla en el ajedrez de la existencia. Pero esto último, era parte de un bucólico razonamiento. Y yo estaba más para dejarme ir por la sin razón, entonado en el vino de lo vivido.
La calurosa ventisca soplaba con su compás sostenido. Pero no me fastidiaba. Más bien, cabalgué en ella con los amigos de siempre.
Hubo una pausa en el maremagnum, mediada por los semáforos. Y esa calle, que estuvo por un momento desierta de vehículos, hinchadas las venas de su hormigón, sudó brea.
El polvo de la ventisca, tiñó de sepia el paisaje de la fugaz desolación mediada por los semáforos. Yo, sin embargo, disfruté la serena conciencia de una potencial felicidad.


CARLOS CROSA

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