Héctor
M. Torres Toro, nacido en1944 en la ciudad de negrete octava región, casado 3
hijas 3 nietas, obrero de la construcción en Chile y Canadá, hoy ya (jubilado).
Autodidacta
de origen campesino, poeta, escritor. Varios libros escritos, pero sólo dos de
poesía publicados.
En
este momento se está montando un documental sobre su vida política sindical y
poética. Defensor de la vida y el amor, se confiesa enamorado de la vida, el vino y las mujeres. Ama el deporte
(fútbol) el hockey sobre hielo, la rayuela y el ajedrez.
Se
siente defensor de la justicia social, la equidad, la paz y la libertad.
Le
gusta la lectura, la filosofía y la literatura.
Sus
escrito están basados en la poesía, cuentos soliloquios, monólogos,
testimonios, ensayos relatos lúdicos y
con sentido de vida.
¡MIERDA… SE RECOCIERON MIS CAMISAS!
El día que decidí poner los pies en el camino y
entregarle la mirada al horizonte, fue aquel, en que mis conclusiones
llegaban a un resultado menor al que me dejaba contento.
Ese día la cumbre de mis sueños pudieron más que
el amor de cercanía física a mi familia, mi conclusión fue una orden y un
apuesta en escena en el actuar, me atreví a desafiar el miedo, alejarme
del apego de mis hermanitos, de mi madre, de mi lugar, de mis amigos, no era
fácil, pisaba sobre el descontento, y el soñar me ilusionaba, iba en busca de
un poco de agua, de una brisa distinta, de un aire cultural para mi
sed, tenía una gran herida en mi alma causada por la daga de la
ignorancia y debía curarla, no podía continuar con aquella molestia, con aquel
dolor que me punzaba, necesitaba ser una persona con una historia más visible,
tal vez no para satisfacer mi ego, porque mi nivel de inocencia no podía
proyectar un ánimo de competencia con nadie, en aquel momento no tenía
necesidad de mostrarme, ni competir con nadie, más bien era parte del deseo de
salir del ahogo y necesitaba un oasis para refrescarme, para explorar el
pequeño mundo de reducidos patrones y limitantes, causados por mi herencia
cultural en el centro mismo de la extrema pobreza; preso en un mundo
desfavorecido, casi a la orilla del abandono.
Una realidad que flotaba en la orilla de un universo
mayor; pero distante de mi alcance personal, por el que no
culpaba a nadie, y si los había yo aún los desconocía, me daba vueltas en la
oscuridad como un ciego que no sabe que existe una o parte de una realidad
visible, pero que me gustaría poder ver los obstáculos que me impiden
proyectarme mejor, de acuerdo a mis anhelos, saber quién soy y a dónde poder
ir.
Me despedí de los míos, me fui en silencio
pidiéndoles que no temieran por mí, me desearon suerte, miré hacia adelante y le dije al camino: nunca me
dejes sin huella; avancé paso a paso, kilómetro tras kilómetros, mientras
en su descenso el sol amenazaba privarme de su luz.
Me despedí de las aves, los árboles y la
piedras, me atrapó el silencio y poco a poco sucedió lo que no esperaba: se me
oscureció el mundo por unos instantes, se humedecieron mis mejillas, y me
asustaron las interrogantes, me detuve y no cedí a la nostalgia de
mirar atrás, me negué a la posibilidad de próximos reproches por falta de
valor, sería vergonzoso mi proceder si la cerca del miedo se alzaba como
un muro infranqueable, reflexioné un par de segundos y enfilé hacia adelante; a
partir de ese momento yo era dueño y responsable de todo cuanto me pasara.
Era el desafío que se hacía presente en mí y que me acompañaría durante toda mi vida, y debía acostumbrarme a él, debía sentirlo más
familiar y temerle menos.
Me pasaron muchas cosas que no revelaré por
carecer de importancia. Pero quiero contarles una que me parece más
patética.
Ya habían pasado más de 6 meses en la hermosa ciudad de
Angol, ya conocía un poco más de la vida, un poco más del trabajo, del trato de
las personas, sabía que el mundo que tenía por delante no era fácil, conocía
las dificultades, el abuso de los patrones, y los servicios que podía ofrecer
para ganarme la vida, eran muy comunes para mis sueños o pretensiones, lo que
me indicaba que mi futuro era costoso. Una tarde comuniqué a mis
patrones que me iba, les dije que un trabajo mejor remunerado me estaba
esperando, que me disculparan debía partir en la mañana siguiente; me
despedí del señor Meza y partí con mis cosas al hombro, golpeé la puerta y salude
al señor Crovetto, me atendieron como rey, me entusiasmó y olvidé un proverbio
que me había enseñado mi madre, “hijo”, me dijo un día, “toda escoba nueva
barre mejor”, todo recién llegado es bien atendido, algo que pude comprobar
durante mucho tiempo, hasta hoy que estoy desde un computador escribiendo
este ingrato recuerdo, pero a la distancia me causa risa, me parece divertido.
Cuando me acordaba de estas cosas, qué ganas me
daban de contarle a mi madre y decirle cuánta razón tenían sus palabras, que
por desgracia uno nunca escucha a tiempo.
Decidí no contarle para evitarle un dolor más, sumado al del dolor que le causaba mi propia ausencia, y recordar mi propio
dolor de todo cuanto me había costado el atrevimiento de aceptar el
desafío que me imponía la vida, cada día que sentía esta necesidad al instante
me arrepentía y me decía alguna vez se la contaré, pero finalmente decidí
evitarle todo cuanto le doliera.
Quiero decir que en general tuve, con esfuerzo y
sacrificio la parte más hermosa de la vida, un corazón que no puede vivir
sin amor, justicia y paz.
Conocí allí, a un hombre que hacía el aseo, el
era todo un señor, un caballero orgulloso y contento de su trabajo, porque le
permitía asistir, alimentar, e impulsar estudios y sueños que era la alegría
de su familia. Cada día me saludaba riendo, me hablaba con entusiasmo, me
aconsejaba y cuando tenía que defender lo suyo, estaba dispuesto en lo forma
que las circunstancia se lo exigían. Aún lo veo entrar con su sonrisa
diciéndome _ hola pus gancho, como le canta la vida_ y agregaba _ mire ganchito, estos patrones
son unos usureros y abusadores, son todos igualitos, no permita que nunca le
amarguen su sonrisa. Usted es joven, tiene el mundo por delante, nunca le saque
el cuerpo al bulto, la vida es para vivirla y hay que enfrentarla con decisión
y frescura.
(GRACIAS..... GANCHO VIELMA) por esa hermosa
lección.
Trabajé varios meses más, en octubre tome la
decisión de regresar en los primeros días de diciembre.
Cada centavo que ganaba lo guardaba para comprar
ropas, camisas y por supuesto ropa interior, había logrado acumular algunas
unidades de pantalones, chalecos, suéters, un terno de buena calidad para magro salario y más de media docena de camisas blancas y azules, lo que
me hacía sentirme muy orgulloso, del sólo pensar de poder darle una alegría a mi familia, que en estos 10 meses me había permitido alcanzar
un sueño pequeño mirado desde mi presente actual, pero muy importante en aquel
momento, vestirme como yo quería, y que en mi situación anterior, estaba
hasta lejos de ser siquiera un sueño.
Un día sábado junté, una buena parte de
las camisa, serían unas 5 o 6, más otras prendas interiores que
estaban sucias, tomé la decisión de lavarlas, ya tenía mi viaje de
regreso a mi tierra natal, entre ceja y ceja, pedí un fondo adecuado de
propiedad de mi patrona para este lavado, junté la leña necesaria, los
detergentes y el cloro para blanquear mis camisas, quería llegar a mi casa con terno, camisa blanca, impecable, alba e impoluta, corbata azul con
rayas blancas, deseaba desprenderle a mi madre de su rostro luminoso la
más azucarada sonrisa.
Por la mañana del día domingo, me levanté
temprano, el día estaba esplendoroso, con un sol radiante, la gente
transitando por la calle y al oeste se habría un hermoso paisaje
cordillerano. Encendí el fuego con trozos de leña bastante seca, coloqué
una parrilla y sobre esta, el fondo; una vez que estuvo hirviendo el agua, coloqué
la carga adentro y agregué la medida de cloro, sin restricciones para que
quedaran blanquitas y las dejé hervir bastante tiempo para que el hervido
cumpliera bien su función del blanqueo.
Mientras leía un diccionario español francés
intentando aprender alguna palabras, sin ningún propósito definido, más bien algo a lo que me estaba acostumbrando, leer todo lo que cayera en
mis manos, y durante el momento que leía vigilaba cómo el fuego, el agua
y el cloro, más el detergente, hacían su trabajo de maravilla. Luego de
un largo rato, creo más de dos horas, me empezó a ganar la impaciencia y decidí
examinar, verificar si ya estaban listas, o si aún faltaba un rato más; tomé un
pedazo de madera lo más limpio posible, destapé el fondo que hervía a rabiar,
clavé mis ojos expectante, hundí el madero hasta fondo del recipiente,
hice contacto con las prendas y procedí a sacarlas hasta que mis ojos pudieran
constatar el anhelado resultado que esperaba obtener. Pero me asaltó el
asombro, luego el desagrado, la rabia y la pena.
Y exclamé en voz alta sin poder contenerme
¡Mierda... Mierdaaaa... se me recocieron las camisas! No podía entender lo que
había pasado, no quería creer lo que estaba viendo, no podía soportar un golpe
tan sorpresivo y tan artero, el destino me estaba jugando una pésima jugada, una verdadera pesadilla, era una desgracia, tanto sacrificio, tanto
sueño tejiéndose en el devenir de los próximos días.
Y mientras pensaba y reflexionado con
rabia, pena, tristeza y decepción, seguía llevando el madero al fondo para ver
si lo que ocurría era un error, si era la consecuencia de una falla
óptica, pero no,... cada vez era más real. Mis camisas aparecían ante mis ojos
hecho harina, blanquitas caían pero a pedacitos, estaban todas molidas, y yo
maldecía mi negligencia por no haber preguntado cuanto tiempo debían hervir.
Era la primera vez que constataba que las ropas que hervían demasiado
tiempo se recocían.
Me senté alrededor del fuego, me dieron ganas de
patearlo, de matarlo con agua fría , pero este canalla parecía decirme "cuidado, conmigo no se juega", poco apoco me fui calmando y aceptando mi
desastre, me levanté, tomé un gran vaso de agua fresca, miré hacia el
sol, estaba hermoso como un gran disco rojo que me mira, y con su tersa
luz me mostraba la amplitud del universo, hermoso, azul e
infinito y estaba a mi disposición para percibirlo y sonreirle a la vida. Bajó
poco a poco el nivel de la amargura, moví la cabeza en señal de
incredulidad más que de negativismo, respiré hondo, y me dio una
tentación de risa, como si me hubieran contado el mejor chiste de mi vida.
Hice mi cuenta mental y me alegré que por suerte
no todas mis camisas estaban sucias, aún me quedaban tres fuera de las de
colores, seguí riendo y me conformé intentando auto convencerme que esta
tragedia de los primeros minutos se transformara en una linda anécdota.
Al final del pasillo había un portón, allí
apareció mi amigo Vielma, con la sonrisa de siempre avanzando su grata
presencia, y cuando lo vi, afloraron las ganas de reírme a carcajadas,
una risa casi convulsiva, que de tanto reírme, casi llego al llanto, lo que
sorprendió a mi amigo y dijo “¿Qué le pasa gancho que está tan alegre?”. Lo
miré y le dije: “Destape el fondo y vea lo que pasó con mi lavado". El
tomó el trozo de madera, lo llevó al fondo, constató el resultado y me miró con
pena.
Me miró y al verme que no podía aguantar la
risa, soltó la carcajada y nos abrazamos riendo juntos...
¿Que pasó gancho? Se recocieron mis camisas, le conteste,
¿pero cómo, si eso no ocurre? y en se instante sus ojos achinados se
clavaron en la botella de cloro, y me dice: _No gancho, sus camisas no se
recocieron_. ¿Y entonces qué paso? le respondí interrogativamente.
¿Cuánto cloro le hecho...? Toda la botella. Afirmé, y él riendo me
dijo: _ y por qué no le echó dos... y así, y que pasado con dos, pues
hubiera ocurrido un milagro. ¿Qué milagro? _ interrogué inocente. Hubieran
desaparecido sin dejar rastros y usted se hubiera convertido en un mago ( que
tal el mago del cloro?... esto era un bálsamo para mi herida aún abierta.)
Seguimos riendo y me dijo; pero usted no
se ha dado cuenta, todo lo que usted ha aprendido con esto. Verdad,
dije, (¡ahora especialista en recocer camisas)!!!!! Siii con esto,
verá gancho que nunca más en su vida le pasará algo igual, ¡echando a perder se
aprende!
El día que regresé a mi tierra, me fue a
despedir, recordamos tanto sus penas como las mías, nos deseamos lo mejor del
mundo, me auguró un camino lleno de sorpresas, la mayoría buenas, me dijo.
Ese día nos abrazamos y reímos como dos
niños nuestras desgracias, las convertimos en anécdotas, quizás para
mitigar el desaliento de despedirnos, tal vez para siempre desaliento por el
cariño que había crecido entre nosotros.
Yo regresé y él se quedó, nunca más nos volvimos
a ver, tal vez hoy él ya haya partido de este mundo, pero su sonrisa y sus
sabios consejos como su dignidad, me acompañan hasta hoy, en que vuelvo a
reír con su sonrisa, muy fresca y alegre en la cumbre más alta del
recuerdo, cuando por momentos cada uno de nosotros regresa por un instante al
pasado...
LA PLAZA DE ANGOL
Cuando la juventud es un águila predadora
de sueños, y el deseo galopa en el corcel del alba, con el alma colmada
de bríos, como una semilla honda y pujante, las ideas y las reflexiones
van más allá del horizonte que alcanza la mirada, florecen anhelos, ambiciones
y metas, acordes con la fuerza del momento.
En ese caminar se barajan ideas,
posibilidades y tentativas, se mide cada instante cada posibilidad que
cada uno desprende del entorno y luego amanece la tentación de
llegar más lejos.
Así un día repetí entre la oscuridad
mezquina de mi tierra natal, ésta frase que se queda y me duele, reflexión que perdura en el descontento (esta tierra seca de mierda
no da nada). Me imaginaba verme caminar por senderos más fértiles,
tapizados de conocimientos donde poder ser persona, donde soñar con un
amor, con un trabajo más sólido para el sustento de la vida que anhelaba.
Una tarde me encontré esperando el tren
que me llevaría al lugar que había elegido, allí encontraría el mundo que
soñaba. Luego de varias horas de viaje, descendí rígido, temeroso, pero decidido
a entablar el combate por una vida diferente. Angol era la ciudad que me
brindaría las posibilidades de emprender una vida más luminosa.
No sabía, no imaginaba que sería tan
dura. A partir de esta experiencia aprendí a tener más cuidado con mis
arrebatos; no renegué nunca más de mi tierra seca y mezquina, tampoco del lugar
donde ahora estaba atrapado, con algo más de posibilidades, pero no como las
que yo había idealizado, ni soñado, ni siquiera había imaginado tan alto
costo... Mucho trabajo, muy poco tiempo para dormir, sin sábados ni domingos
libres y un sueldo de miseria...
Pasaron los días, pesadas las horas,
largas las noches, hostil el ambiente para un soñador fracasado como yo.
Reflexión de algún momento, pero ya estaba de nuevo atrapado por la
inexperiencia, algo nuevo en el ir siempre hacia adelante, aprendiendo a
tolerar, a no renegar, a querer mi tierra seca y árida, donde yo, era yo y no
un extranjero tratado despectivamente, no el campesino, el viento norte, el
puelche, el sur, o el guacho de territorio, al que todos querían mandar.
Pero ya estaba en medio de la oscuridad de la noche y debía saber cuántas
estrellas tiene el cielo, para que nadie me contara cuentos.
Manuel era un muchacho mapuche, con quien
compartía la desilusión y la desdicha de no estar contento, además de la
identidad de ser extranjeros en nuestro propio país, pero Manuel tenía una
esperanza mayor, trabajaba y se humillaba si las condiciones de ganarse unos
pesos se lo exigían, para continuar sus estudios de leyes. Él sería un abogado,
espero que lo haya logrado. Manuel me enseñó las 4 operaciones
matemáticas, y a leer un poco más, por esta sencilla razón, cada vez
que yo escribo y leo, tiendo a recordar a mi madre, quien fue mi primera
maestra y más tarde Manuel, más un profesor de escuela
nocturna para adultos de Santiago (Raúl Gómez)
Al comienzo, en las primeras noches, la
luz artificial me fascinaba, luego me faltaron las estrellas, el azul
intenso de la noche y la alegre copa de los árboles en frescos
movimientos; me fui moldeando en la incomodidad, debía resistir, debía
esforzarme, forjarme en la costumbre, una nueva forma de medirme
ante la vida, a forjar el deseo de reír y sentirme contento; no fue fácil, pero
me sirvió de temple para llegar hasta hoy sin ganas de maldecir lo que
soy. Cuando recorro el camino de mi vida a través de la huellas del
recuerdo, la vida me recompensa con una sana alegría y me florece el rostro de
sonrisas. Aquí aprendí que la vida es un camino que se abre para andarlo, para
hacer la historia que resultara cuando se cierre mi destino.
Muchas cosas me pasaron, dos de
ellas me marcaron a vida, una es la plaza de Angol, la otra una muchacha mayor
que yo, que me sedujo hasta el júbilo.
La plaza de Angol
Un cuadrante lleno de árboles con un quiosco
en su centro, una peluquería con un espacio para lustrarse los
zapatos y una esquina para comprar helados. Un monumento estilo pagoda que no
pasaba desapercibido al caminar por su frente. La calle central de este a
oeste, columna vertebral de la ciudad que cruzaba su centro, y al pasar
por el costado norte de la plaza, la dejaba al sur, era la avenida
más importante de la ciudad, el centro mismo de la ciudad, la avenida de las
zapaterías, de los turcos que allí los hay a montones, los navazales, los nazales.
Los… etc. y etc.
La otra calle que por el lado oeste forma
el ángulo de 90 grados, es la calle de los únicos dos cines que registra
mi memoria, aquí está lo más importante de los dos cuadrantes de la plaza de
Angol, es una plaza bella todo los días, pero para la fiesta de la primavera no
existe Reina que se le pueda igualar. Hoy situado sobre los puntos exactos del
recuerdo, aún suena en mis oídos la música de los 60, los ritmos
estridentes de la música moderna que comenzaba a alterar, a desordenar el hábito
tranquilo de mis oídos provincianos, habituados sólo a escuchar el
lenguaje onomatopéyico, el silbido del viento, la corriente de las aguas, el
croar de topacios, la sinfonía de los grillos, las suaves y pegajosas
melodías de las ranchera mexicanas, y de los suaves y dulcísimos valses
criollos.
En los días previos a la tradicional
fiesta de la primavera Angolina, todo se altera, la gente sonríe
sin esfuerzos, el alma se siente más pura y más liviana, se adornan la calles,
la ciudad esta vestida de fiesta, la juventud recorre las calles en grupos, en
bicicletas y como siempre los menos en autos, escuchan música, cantan,
conversan, se ríen y se enamoran. Todo está preparado para el día indicado, que
será un día domingo, ese día las calles que entornan la plaza, amanecen
vestidas con su mejor tenida, alhajadas con guirnaldas de colores, papel
picado, cintas de colores, las calles limpias recién barridas y refrescadas con
agua. Pero las calles que rodean la plaza son un ensueño, un cuento de
hadas, alfombradas de pétalos de flores naturales, con la más amplia
diversidad de colores, y una deliciosa comunión de fragancias y
perfumes que supera la comodidad de la imaginación en un estado de belleza
nunca visto y un estado de pureza que colma los sentidos. El día X toda
la organización se esfuerza por alcanzar el máximo de perfección, durante
dos semanas vienen preparándolo todo, estimulándolo todo, en ese momento está
preparada la votación de la reina de la primavera, con su cortejo de damas y las
autoridades de la ciudad, más las localidades vecinas, el desfile de autóctonos
que habitualmente hacen su entrada por la avenida principal de este a
oeste al entorno de la plaza, con sus corceles vestidos, ordenados y hornamentados,
preparados con toda alegoría, con su Toqui encabezando el desfile y los
preciados trofeos de cazas atados a sus caballos, los cazadores con sus lanzas,
con un arsenal autóctono memorizando su historia, con sus caras pintadas,
con sus vestimentas de ocasión y un alto parlante informando la llegada de cada
una de las autoridades, de las visitas anunciadas, la concurrencia
que repleta el lugar, está atenta escuchando el orden de llegada de las
candidatas de acuerdo a los últimos cómputos de votos. Dentro de poco
se sabrá, quién es la soberana elegida, reina de la primavera de la ciudad de
Angol. Una ciudad con una gran historia de sus pueblos originarios...
Un momento especial en que sube la
emoción; la música invita a bailar, el momento es único y los Angolinos
afectados por las copas, por el ánimo de fiesta, y más el aire
primaveral, aumenta el nivel festivo del momento. El sol baña con sus
rayos tibios y luminosos el lugar y la gente allí reunida, la fiesta se eleva a
su máxima expresión.
Angol tiene nueva reinaaaa...
anuncia una voz potente y da a conocer el nombre de la nueva
soberana del año 1961, sube aun más la emoción, es más intensa la alegría, se
produce la trasmisión del mando, se abrazan, se felicitan, surgen los
discursos, estalla una nutrida salva de disparos, atronan los cañones, se eleva la algarabía del instante, y los juegos de
artificios iluminan el cielo con la explosión pirotécnica. Sube en
espiral el jolgorio, la nueva autoridad, símbolo de nuevo período luce su
brillante corona, se potencia la música, se multiplican los
vivas, la soberana recién elegida Reina de la primavera, toma posición de
su lugar rodeada de su séquito, se dirige a la gente y da las gracias a sus
votante y promete ser fiel a las tradiciones y no defraudar a nadie...
Entre tanto la muchedumbre se pregunta quién
será el afortunado que dará el comienzo oficial al baile invitando a la nueva
reina al tradicional valse, y luego todo el mundo queda invitado a colocar
sus pies y su cuerpo derramando su gracia en la gran pista de baile al aire
libre, todo está dispuesto para el festejo que durará hasta altas horas de la
madrugada.
La plaza luce hermosa y la gente camina
sobre una alfombra de hojas y pétalos.
Una pareja de enamorados echa a caminar
cruzando la plaza de norte a sur, se miran, se prometen amor eterno en sus
cálidas miradas y dulces susurros, se abrazan, se besan y bendicen el suelo
tapizado de la plaza tal, mudo testigo material de su romance y este
quedará eternizado en el recuerdo; de cuando ellos se prometieron amor sin
límites, amor para la eternidad bajo el efluvio de los perfumes primaverales y
los sones de la música que les vibra en el alma.
Mientras se alejan ebrios y ardiendo de
pasión, empujados por sus cuerpos que no resisten la presión de la sangre joven
que recorre la apuesta geografía de sus cuerpos.
Y mientras ellos se alejan se extinguen,
la música los sigue acompañando, y el alba ya anuncia el fin de la noche con su
toque luminoso de un cielo turquesa, las huella de sus pisadas
quedan grabadas en la mágica alfombra de aquella noche particular e
intensa, que quedará eternamente grabada en el recuerdo. Con la sensación
de dulzura infinita en su alma y dos corazones latiendo a
un sólo compás.
Soliloquio en tu vereda
Antes
que nada un beso azucarado o frutal, para
entrarle
con un poco de dulzura a la vida, reflejando
un estado
próspero en el alma y no darle lugar al
enemigo,
que nos amargue los momentos, y evitar que no
se
nos rompa de ácido el paladar del cotidiano, ni
menos
que nos penetre el amargo en las glándulas
salivares
de los sueños.
Luego
otro beso para que el contacto no carezca de
deliciosa
humedad, para fertilizar el fondo luminoso de
cada
semilla, que late en la tierra
mas
risueña del
corazon,
y... aún que tiemble en las orillas de la piel
no
aceptar jamás el maremoto en el océano arterial de
la
sangre, que nuestra barca de amor no se rompa antes
de
alcanzar los puertos de la humanidad. Deja que los
perros
ladren decía don Quijote, endilga tu rocinante
por
el ancho camino de la esperanza, y sigue
sintiéndote
como lo que eres, generosa en el amor de
tu
especie y éticamente higienizada en los duros
senderos
del que hacer.... que nadie te aleje de tu
canto,
necesitamos todas las voces para que no se
marchite
la melodía de este coro
universal,
aunque la
vida
se nos vaya dulcemente en el mejor de los
esfuerzos,
al menos habremos sabido dar sustento al
poeta
que nos habita y que por fortuna llevamos
dentro.
Ya sé que es un niño triste alegre,
trágicamente
travieso, a veces, pero jamás deja de beber
el
elixir del canto, vive empeñado en llevarlo
hasta
las cumbres más azules de la existencia, al
verdor
de la imaginación. Y desde allí, vemos a los demás
y
entre ellos nos vemos nosotros, sembrando, riendo,
cantando
o llorando de alegría, en cada verso que nos
estremece,
en cada páramo, en cada
paisaje
de todos
los
amaneceres que nos sorprenden, y nos siguen hasta
la
hora que nuestra cabeza hace comunión con la
almohada
o nuestros cuerpos se deleitan con la frescura
y
la pulcritud de la sábana. Y si la dicha no nos es
mezquina,
nos espera un transformador y alucinante
oasis
de piel....
Disculpa
pero desde pequeño aprendí que soñar no
cuesta
nada, sólo que despertar tiene su precio. Sin
duda
vale la pena, pues ayuda a caminar por el filo
de
la realidad, pensando que el sueño que acabamos
de
soñar
es posible, tal vez sólo sea el refugio del
poeta,
la única estrella que nos orienta en la
oscuridad,
pero sin duda es lindo, porque sin esa
estrella
es posible que nos asfixie la oscuridad...
y
un beso final para
cerrar
tus labios con el silencio
más
tuyo y más hondo que a tu medida tú te puedas dar,
y
con mi distancia más próxima que yo pueda imaginar
Hector Torres Toro
Santiago Chile/ Montréal Canada
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